Herramientas de Accesibilidad

×

Advertencia

JUser: :_load: No se ha podido cargar al usuario con 'ID': 88

La curiosidad por probarlo todo me mueve

Imprimir

El mundo de la farmacia y el de la dermocosmética siempre han ido de la mano, aunque la vida de los farmacéuticos y la dermocosmética, no siempre. Ahora mismo es un campo que me apasiona, pero no siempre ha sido así. De hecho, durante la mitad de mi vida, las cremas y yo ni nos conocíamos.

Fue en la adolescencia cuando empecé a utilizar productos de limpieza facial: recuerdo alguna espuma (o mousse, algo más pijo) y un jabón “de pastilla” para el acné (que ahora no recomiendo por poco higiénico). 

Durante la carrera estudié todo tipo de productos cosméticos: sus principios, excipientes, formulación, legislación (esa última menos entretenida) y producción. Lo que viene siendo estudiar farmacia, vamos. A pesar de pasarme los días rodeado de cremas en un laboratorio, sólo me picó la curiosidad a nivel profesional (o estudiantil), y no llegué a probarlas personalmente (probablemente por miedo a que alguna de esas cremas que hacíamos fuese corrosiva).

Por ello, no fue hasta que empecé a trabajar en farmacia (con productos que no habían sido formulados por estudiantes de resaca) cuando empezó a interesarme todo ese mundillo de potingues varios. Recuerdo estar un día en la rebotica y que un señor trajeado y con una maleta abrió un catalogo y empezó a sacar muestras: “esta para las manos”, “esta para la cara, antes de ponerte esto otro, pero después de tal”. Fue ahí cuando me di cuenta de que ese mundillo era más grande de lo que imaginaba. Y, claro, me tocó ponerme al día.

Ojeé catálogos, estudié algún curso (más tarde haría un máster) y, más importante a nivel personal: empecé a probarlo todo, cada muestra que sacaba cada señor (o señora) trajeado de la maleta. Fue así como me fui decantando por unos u otros productos y marcas: ensayo y error.

Actualmente, me sigue moviendo la misma curiosidad por probarlo todo. Soy consciente, eso sí, de que una rutina en dermocosmética debe ser constante y requiere tiempo para hacer notar su efecto. Así que suelo cambiar cada seis meses (menos algunos productos a los que soy fiel). Tengo la ventaja de no padecer ningún tipo de patología dermatológica (al menos crónica) así que los productos que utilizo son bastante comunes y poco específicos.

Como hidratante corporal soy fiel a la de Eucerin desde hace años por varios motivos: para empezar el bote es enorme y me dura mucho (no me miréis mal: hay que ahorrar) y para seguir porque me gusta tacto, olor y resultado. Me lo aplico después de la ducha, una vez seco.

Hidratación facial dos veces al día, después de limpieza con la espuma de ISDIN y aplicación de serum (ahora mismo de Be+). La crema hidratante facial es algo que vario muchísimo: creo que he probado de todas las marcas que tengo en la farmacia y alguna más que me han regalado. Actualmente estoy con Acniben, pero también usé mucho tiempo la de Be+, en ambos casos, encantado con los resultados.

Exfoliantes también he probado varios: actualmente uso el de Neutrogena, con ácido glicólico. Los uso una vez a la semana para no castigar mucho la piel. Acto seguido me aplico una mascarilla hidratante.

A nivel capilar, siempre champú suave: no tengo ninguna patología, pero algunos champús más agresivos sí me producen picores. También utilizo mascarilla capilar (tanto en pelo como en barba, porque soy así de coqueto) una vez a la semana. He probado muchísimas marcas, pero actualmente no tengo ninguna (acepto recomendaciones, querido lector)- Con respecto a la barba, esa gran olvidada, he utilizado mucho tiempo el champú especial de Mi Rebotica. También cuando tengo algún evento importante me aplico el aceite de la misma marca para darle más vida. Es otro mundo.

Como veis, aunque se haga de esperar, la vida del farmacéutico acaba, irremediablemente, unida a la dermocosmética.