Se trata de un debate de gran trascendencia por los problemas socioeconómicos que derivan de la disminución de la natalidad, por el desarrollo no previsto de las técnicas de reproducción, por los cambios en la concepción de la familia o por la extrapolación del deseo de ser madre o padre a la reclamación de un derecho.
La concepción y la percepción de la maternidad ha experimentado cambios. Durante siglos, estaba muy arraigada la convicción de que ser madre es intrínseco a ser mujer, a la cual le resulta difícil sustraerse a un destino marcado por la naturaleza. Sin embargo, este pensamiento ha ido evolucionando hacia la percepción que la maternidad es una opción y no un destino ineludible. La libertad para poder escoger, ayudada por los avances en el control de la natalidad, ha producido un cambio de paradigma. Actualmente, es legítimo que la mujer decida si quiere o no quiere tener hijos, los que quiere tener, e incluso cómo quiere tenerlos. Las tecnologías reproductivas y la liberalización de las costumbres están al servicio de decisiones impensables hace no tantos años.
Esta transformación no ha dejado de tener consecuencias para el conjunto de la sociedad, empezando a plantear importantes interrogantes. Hasta hace relativamente poco tiempo, controlar la natalidad de forma segura era una quimera, un problema socioeconómico, que todavía afecta a países con economías en vía de desarrollo. Sin embargo, en los países con un PIB más elevado nos encontramos en el extremo opuesto, en especial en aquellos donde no ha habido políticas sostenidas de protección de la maternidad, como es el caso de España, donde la disminución de la natalidad sería un dato alarmante si no se compensara con el crecimiento de la inmigración.
Por otra parte, las oportunidades que se le ofrecen a la mujer para acceder a la formación y al mercado laboral chocan con el deseo reproductivo, que se ve pospuesto gracias a los avances de la reproducción asistida. Todo ello ha repercutido en efectos imprevistos con respecto al uso y alcance de estas técnicas que, si bien fueron concebidas con el fin de solucionar la esterilidad, han acabado desempeñando una función que va mucho más allá. Dichas técnicas acuden en auxilio de las dificultades para concebir, pero esos impedimentos ya no vienen dados solo por anomalías físicas, sino porque la mujer no se somete a los periodos biológicos propicios al embarazo. A medida que las oportunidades en cuanto a proyectos vitales para ambos géneros se han ido igualando, la maternidad se le aparece a la mujer como un obstáculo para el desarrollo continuado de su vida profesional.
Una maternidad temprana impedía la inserción plena y duradera en el mercado de trabajo, considerando además que el reparto de las tareas domésticas y la crianza de los hijos no formaban parte de las reivindicaciones a favor de una mayor igualdad. Hasta ahora, las medidas de conciliación laboral y familiar son bien recibidas por las mujeres, pero tienen el inconveniente de que parece que el asunto en cuestión les concierne solo a ellas.
Son las mujeres las que se acogen en primer término a trabajos a tiempo parcial para compaginarlos mejor con las obligaciones de la crianza y el cuidado de los hijos. Pocas veces es el padre el que elige esa opción y decide compartir el horario laboral y el doméstico y los permisos de maternidad/paternidad siguen siendo escasos. Nada asegura a la madre que podrá reemprender sin dificultades la carrera profesional una vez cumplidas las obligaciones con los hijos pequeños, ya que los cambios y los modos de protección a la mujer o a la familia que se ponen en marcha siguen siendo superficiales, no van a la raíz de una concepción de la vida social que ha privilegiado siempre la producción sobre la reproducción.
Actualmente, se extiende la idea de que sin una ayuda pública decidida y sostenida, sin un cambio real en la división del trabajo doméstico, sin un reconocimiento social, político y cultural de las tareas reproductivas, la emancipación de la mujer no será nunca satisfactoria.
El interés es público, la política no puede desentenderse más de los problemas que una natalidad a su debido tiempo tiene para las mujeres. Para ello, ha de atender a dos vertientes. Por una parte, ha de proteger a la mujer o a las parejas que quieran reproducirse, evitando al mismo tiempo que el fomento de la natalidad produzca una reversión en el deseo de la mujer de competir en el mercado laboral en condiciones de igualdad con el varón.
